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El coeficiente de explotación y las finanzas éticas

Del foro de la plataforma de participación de la base social y también como resultado del debate mantenido en la Asamblea de Lamezia Terme el 12 de mayo  de 2018, ha surgido la necesidad de aclarar mejor algunas cuestiones relacionadas con la relación entre costes e ingresos, el llamado coeficiente de explotación.
Agradecemos a quienes lo han planteado, primero porque nos han dado la posibilidad de volver sobre un tema importante y delicado que se trata con rapidez en las Asambleas por motivos evidentes de tiempo.

Partamos de las definiciones: el coeficiente de explotación es un indicador de eficiencia económica y una medida de la relación entre los costes de gestión y los ingresos netos de un banco. Por lo tanto, si se mantienen los costes, resume su capacidad de obtener ingresos. Así pues, es una de las muchas formas en las que se puede medir la tensión de una empresa bancaria frente a los beneficios y su capacidad de obtenerlos. Cuanto menor sea este indicador, mayor será la capacidad del banco para atraer inversores interesados en la maximización de los beneficios.
Como sabemos, otro indicador habitualmente utilizado con este propósito es el ROE, la rentabilidad de los recursos propios, que relaciona los beneficios a final de año con el capital propio. A diferencia del coeficiente de explotación, este indicador es más atractivo cuanto más crece.

Veamos algunos números: en Italia, al final de 2017, el coeficiente medio de explotación de los grandes bancos (las llamadas Instituciones Significativas, SI por sus siglas en inglés) era del 70% y el de los bancos pequeños y medianos (las llamadas Instituciones Menos Significativas, LSI por sus siglas en inglés) era del 78%Véase aquí una documento del Banco de Italia útil a este respecto (en pdf)

Banca Etica, como es evidente, se sitúa en este segundo grupo. De hecho, sus valores no se alejan de la media del mercado: entre 2015 y 2017, el coeficiente de explotación fue de 73,78%, 73,58% y 79,13% respectivamente. Se considera que dichos porcentajes están expresados antes de la deducción de algunas cargas «figurativas» y «no recurrentes», como especialmente el valor contable de las llamadas «cláusulas suelo» de préstamos al consumo que el banco concedió en años pasados (préstamos sobre los que precisamente se había aplicado un límite a la baja a los tipos variables), que fue de 1,2 millones en 2015, 0,1 en 2016 y 1,8 millones en 2017. Por lo tanto, el último año ha estado especialmente penalizado por dichos asientos, que no tienen nada que ver con la eficiencia operativa sino con una exageración contable del pensamiento financiero aplicado a la economía, que fueron introducidos por la NIC y que, de hecho, ya han sido parcialmente corregidos por el principio NIIF9 (motivo por el que estos asientos ya no aparecerán en nuestra cuenta de resultados a partir del ejercicio en curso).

El coeficiente de explotación es un indicador muy importante que se debe vigilar siempre para garantizar una buena gestión de la cuenta de resultados y de la propia organización interna. Pero todo lo anteriormente especificado nos ayuda a presentar algunas consideraciones sobre sus propios límites. Porque, como todos los indicadores, el coeficiente de explotación tampoco tiene la capacidad de representar plenamente los fenómenos que se detallan a continuación. Basta con pensar – además de lo ya indicado – que al coeficiente se incorporan todos los gastos, independientemente de la finalidad de los mismos, es decir, tanto si se trata de gastos ordinarios como si están ligados a proyectos de inversión (como las cuotas de amortización de activos, que serán más altas cuando la empresa invierta).

Así, no tiene la capacidad de distinguir entre una fotografía «estática» de una estructura abrumada por los gastos fijos y la de una estructura «dinámica», con un fuerte crecimiento y que invierte para aumentar su propia productividad.

Esta última es precisamente la situación de nuestro banco, que crece más del 10% al año en casi todos los valores(véase aquí el balance integrado aprobado) y que está haciendo inversiones en el apartado de nuevas tecnologías precisamente para aumentar la productividad y la eficiencia en su conjunto potenciando la página web y los canales digitales. El objetivo de estas inversiones, cuyo peso se observa en el balance de 2017, es favorecer la posibilidad de que la red del banco (oficinas y personal de desarrollo territorial) se dedique cada vez más a actividades de inclusión financiera y cada vez menos a la operativa ordinaria, para lo que se quiere potenciar las posibilidades de que la clientela opere de forma autónoma.

No es un proceso simple, porque no solo se trata de introducir nuevas soluciones informáticas sino también de revisar gran parte de los procesos, reexaminar la organización, formar a las personas, etc. No se hace en un día, los resultados se harán esperar varios años.

A lo largo de los últimos años, la casi totalidad de los bancos, especialmente los más grandes (las SI de las que hablábamos antes), se han visto empujados a bajar su coeficiente de explotación reduciendo costes, especialmente los de personal. Se trata de una opción que acelera los beneficios de la innovación tecnológica y que soluciona instantáneamente problemas complejos como la formación, la revaloración de las cualificaciones de trabajo de las personas, la búsqueda de una nueva organización interna, etc. Es el camino que los grandes inversores piden normalmente a los bancos para conseguir beneficios más altos lo antes posible y para garantizar un reparto creciente de mayores dividendos.

Así es como se ha producido la reducción del número de oficinas y de personal en el sector del crédito, con el riesgo de modificarse las raíces de la estructura de la oferta crediticia, y no solo en nuestro país.
Entre 2008 y 2016 se han cerrado en total más de 48.700 oficinas en la Unión Europea, con una reducción ligeramente superior al 21%. En Italia 4.834 (-14,15%). A finales de 2016, el número de oficinas bancarias por cada 10.000 habitantes en Italia era de 4,8, un valor inferior respecto al de España (6,2) y de Francia (5,6).
A partir de la crisis económica, el Reino Unido ha pasado de unas 90 a algo menos de 60 empleados/as por cada 10.000 habitantes (-33%); en Italia de algo menos de 60 a menos de 49 (-18%) y en España, de 60 a 40 (-33%). Los datos proceden la la ABI y se pueden verificar haciendo clic aquí

Este camino no conviene a Banca Etica.
Por al menos dos motivos:
– el primero es que las finanzas éticas siguen creciendo, es decir, se encuentran en una situación que no puede justificar políticas de redimensionamiento pero sí la búsqueda de la eficiencia (y las economías de escala son tangibles: mientras que entre 2016 y 2017 los fondos captados y las inversiones han crecido un 13%, el personal ha aumentado un 4%);
– el segundo es que las personas son un gran recurso, también aunque haya que invertir en la revaloración de sus cualificaciones de trabajo, su orientación profesional o su reconversión y en Banca Etica nadie quiere generar los gastos sociales que siempre acompañan dichas decisiones a largo plazo (junto con beneficios económicos a corto plazo).

Entre otros factores, la política de sobriedad salarial que siempre ha seguido el banco, junto con una estructura distributiva absolutamente reducida a su esqueleto, harían aún menos sensata una estrategia de mejora del coeficiente de explotación centrada en el factor de los costes.

Por el contrario, la coherencia con una propuesta desde las finanzas éticas hace que sea fundamental actuar sobre el denominador del coeficiente de explotación: trabajar sobre el lado de los ingresos parece ser el enfoque más sabio y el más pertinente a la misión de Banca Etica. Así, se trata de actuar de forma que con el mismo input operativo (de personas, de estructura, de recursos tecnológicos, etc.), el banco aumente su capacidad de traducir su actividad en ingresos, aumentando por lo tanto los márgenes y los activos. Activos que, recordemoslo, se reinvierten en el patrimonio del banco para reforzar su capacidad de crédito y de servicio.

También se actúa sobre los ingresos, pero de forma coherente. Por ejemplo, evitando políticas comerciales agresivas como las que han llevado algunos bancos recientemente (p.ej. vendiendo pólizas de seguro vinculándolas a préstamos o aplicando tipos y comisiones altas adicionales a los créditos). Como se ha visto en el transcurso de la Asamblea, el banco están dando pasos significativos hacia delante en este tema, con un crecimiento relevante del margen de las comisiones y una diversificación de las fuentes de ingreso, muy necesaria en tiempos de tipos negativos (que, de hecho, hacen imposible actuar sobre los ingresos solo a través del crédito). Y lo está haciendo ofreciendo servicios plenamente coherentes con la misión de las finanzas éticas (los fondos de inversión responsable de Etica Sgr, los seguros solidarios de CAES, la sanidad integrativa de la mutua Cesare Pozzo etc.) y adecuados al perfil de nuestra clientela, a la que damos la oportunidad de una inclusión financiera cada vez más completa.

Las cuestiones planteadas en el Foro son complejas, un poco como corresponde a la complejidad de las finanzas éticas. Requiere tiempo comprenderlas, ponerlas en marcha y desarrollarlas plenamente antes de obtener los mejores resultados. Y ese tiempo no casa bien con las simplificaciones. A esto me refería cuando decía en la Asamblea de Lamezia que no se puede afrontar el tema del coeficiente de explotación de un modo ideológico, que quiere decir acrítico. Es un punto al que prestar atención, que debe condicionar nuestros razonamientos y debe integrarse en el cuadro de mandos de la gestión pero que no puede ser nuestro faro.

Reducir el coeficiente de explotación es bueno.
Hacerlo sin preguntarse a qué precio y en qué condiciones puede producirse es instrumental de otros objetivos, que han sido hasta ahora los del capital financiero maximizador del beneficio, no los de las finanzas éticas.

Alessandro Messina – Director General