Por Ugo Biggeri, presidente de Fiare Banca Etica
¿Ha aumentado o ha disminuido la pobreza actual respecto al pasado? Parece una pregunta simple pero no lo es. De hecho, depende de lo que se entienda por pobreza.
Efectivamente hay muchos tipos de pobrezas, no solo las vinculadas a aspectos económicos o materiales. La pobreza, cuando es falta de capacidad para satisfacer las necesidades fundamentales, siempre es negativa.
En la acepción actual más común, la pobreza se mide respecto a la renta y la riqueza de las personas. La “falta” de riqueza es algo negativo y a la persona que lo “sufre” se la considera pobre.
¿Qué sabemos de la evolución mundial de la pobreza?
En los medios de comunicación no se ha hablado mucho de la publicación de la octava edición del Global Wealth Report [Informe sobre la Riqueza Mundial] del instituto de investigación del Credit Suisse.
Es un informe interesante aunque nos dé un dato desafortunadamente elocuente. La riqueza global ha retomado el crecimiento (+6,4% respecto al año anterior), llegando a superar los niveles previos a la crisis en nada menos que un 27% (de 52.074 dólares en 2007 a 56.640 en 2017).
Este informe se considera una fuente especialmente acreditada porque el Credit Suisse es uno de los bancos más importantes de mundo y seguramente nada “tendencioso”, ya que no está especialmente interesado en ofrecer sus servicios a las personas pobres. Además, la metodología y las bases de datos que utiliza son rigurosas.
El dato más significativo es que la riqueza ha crecido, pasando posteriormente a concentrarse. Aumentan las personas millonarias: de 2007 hasta la fecha son 8.740.000 más, la mitad de las cuales se encuentra en los EE.UU. (620.000 en el área euro), alcanzando un total de 36 millones (el Credit Suisse prevé 44 millones para 2022). Pero la riqueza parece haber disminuido en África (de 2.508 dólares en 2016 a 2.499 en 2017, es decir -1,9%), en el área de Asia-Pacifico (-1%) y no presenta cambios en América Latina.
De hecho, no estamos de acuerdo con que la riqueza ha aumentado, sobre todo no para la clase media de Europa, pero tampoco para las personas pobres del mundo, dado que el número de personas adultas que poseen una riqueza menor de 10.000 dólares ha disminuido por debajo del 4% en una década. Por lo tanto, las personas ricas han aumentado su riqueza bastante más de lo que lo han hecho las personas pobres.
Si estamos saliendo de la crisis internacional, lo estamos haciendo por tanto con un aumento de la desigualdad. Por lo demás, la reanudación del crecimiento se ha dado principalmente en el ámbito de las finanzas, más que en la economía productiva o de servicios, es decir, en la economía real no ha cambiado nada desde que comenzó la crisis…
Las distancias crecen: el 10% más rico de la población mundial posee el 88% de la riqueza, el 1% el 50,1%, frente al 99% de la población (a principios del milenio, el 1% más rico de la población poseía el 45,5% de la riqueza). Además, según Oxfam, las 8 personas más multimillonarias poseen una riqueza equivalente a la de otros 3.000 millones de personas.
¿Por qué siguen aumentando las diferencias?
La disminución de la pobreza es un objetivo perseguible. Obviamente, es un tema relacionado desde siempre con la justicia, especialmente con la redistribución equitativa de las riquezas y con la posibilidad de dar igualdad de oportunidades a todos y todas, también para su desarrollo económico.
La sociedad debería actuar para que se dé a todos/as la posibilidad de superar las diferencias derivadas del lugar de nacimiento, el contexto social, las condiciones culturales y la situación económica de la propia familia.
Este contexto da sentido a la idea de que recibir crédito es un derecho humano, afirmación de Yunus, el banquero de las personas pobres, Premio Nobel de la Paz de 2006. De hecho, junto al derecho a una vivienda digna, a la educación y a la sanidad, el derecho al crédito indica que hay que actuar y encontrar modalidades (el microcrédito) para que las personas tengan la oportunidad de acceder al crédito para mejorar su propia situación económica a través del desarrollo de sus propias capacidades.
Este es un aspecto importante de las finanzas éticas, pero es cierto que la atención a la exclusión financiera no basta para cambiar la situación de desigualdad que estamos viviendo y, sobre todo, no puede sustituir a la intervención pública.
Las finanzas éticas también se plantean la idea de cambiar las finanzas para acercarlas más a la economía real. De hecho, lo que está sucediendo en los últimos años es que las finanzas han introducido mecanismos nuevos respecto al pasado que hacen crecer las desigualdades y no favorecen la redistribución.
Estos cambios y la arquitectura financiera tienden a favorecer la concentración de capitales y la facilidad para mover el dinero ha crecido enormemente en los últimos 30 años, contribuyendo al desplazamiento de la riqueza hacia las inversiones financieras respecto a las productivas o de servicios. Además los nuevos mecanismos de la industria digital contribuyen de forma novedosa a aumentar la desigualdad y la concentración de la riqueza. Sucede que al pasar de la economía localizada (y por lo tanto con cambios relativamente limitados) a la economía digital, en la que todo el mundo puede «comprar» de todo en cualquier parte, los márgenes de beneficio mayores de hecho se alejan de quien produce o presta los servicios, con lo que la categoría de los más «débiles» se debilita aún más porque está sometida a una competición sin límites.
Las grandes empresas mejoran su posición dominante porque han llegado antes y poseen millones de usuarios/as. Las pocas plataformas informáticas en torno a las que siempre giran las finanzas y la economía se han convertido en «los nuevos medios de producción»: quien las controla, obtiene gran parte de los beneficios y siempre consigue hacerlo con impuestos cada vez menores. No se trata de infraestructura, como en la economía de la industria pesada, sino principalmente de sistemas informáticos, potencia de cálculo, capacidad de innovación, knowhow y, precisamente, de capacidad de tener cifras enormes de usuarios/as. Además, son medios de producción menos rígidos pero también menos replicables. De hecho, a fecha de hoy, estas grandes empresas son casi monopolios.
Está sucediendo con las grandes instituciones financieras: unas pocas decenas controlan volúmenes de operaciones mucho mayores que el Producto Interior Bruto mundial. Así, son capaces de orientar las decisiones económicas y las políticas de los gobiernos así como de impedir cambios en un sistema que mantiene y aumenta de forma obvia la riqueza y el poder de esa misma forma financiera.
¿Qué podemos hacer la ciudadanía?
Es necesario que nos demos cuenta de cómo los simples usuarios y usuarias podemos jugar un papel en el cambio de esta situación, cuya estructura está diseñada para poner la riqueza en manos de unos pocos y para que determinadas multinacionales sean más importantes incluso que los países grandes (la primera sociedad en bolsa tiene un capital mayor que Irán, país rico en petróleo y que tiene unos 80 millones de habitantes…).
Para que esto suceda, tenemos que preguntarnos qué cambio queremos, qué cosas podemos pedir a los gobiernos, a las finanzas y a las plataformas informáticas de las que somos usuarios/as.
Las redes sociales y las páginas web que todos y todas usamos pueden ser más que una nueva forma de que se oiga nuestra voz, también pueden servir para elegir en base a criterios de utilidad social y ambiental. Se puede reclamar no ser sólo usuarios/as colaboradores/as, sino ser propietarios/as democráticos/as de esas mismas redes sociales.
Gravar las transacciones financieras es una buena forma de recuperar dinero para redistribuirlo allí donde se encuentra y para desincentivar al mismo tiempo las finanzas alejadas de la economía real.
Una lucha seria contra la evasión y la optimización fiscal, sea en los paraísos fiscales, sea repensando las desgravaciones fiscales de las grandes empresas ayudaría a evitar que las personas pobres paguen proporcionalmente más tributos a través de los impuestos sobre su trabajo o sobre el consumo.
No es descabellado en absoluto preguntar a los bancos dónde va el dinero de las personas que ahorran y si contribuye a un mundo mejor; ya que es una forma de avanzar hacia un mundo más justo.
Imagen: (c) Fundació Arrels
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